La lluvia me hace pensar en lo efímero
de las sensaciones y las miradas, y veo como se van mojando mis
zapatillas desgastadas, como se moja el contrato que decía algo así
de no querernos, como se mojan mis mejillas y se ponen rojitos mis ojos, no rojitas las orejas que ya no me besas. Escuchando
Always Gold
en acústico, el vello de punta. Me mojo y solo encuentro
incertidumbres. No te diré que eches de menos mi culo, pero tío, yo
el tuyo sí. Joder, que pensaba que los abrazos a escondidas durarían
mas tiempo, que yo no sé poner puntos y finales aunque seguramente
sea lo único que te merezcas. Me da igual romper contratos porque,
¿sabes? Las luces de la Gran Vía todavía son una mierda si las
comparo con tus ojos. Y va el cabrón y sonríe. Como si tampoco
hubiera comparado su sonrisa con las estrellas que parpadean,
brillantes.
El problema es que las luces de la Gran Vía cada vez funcionan peor y hay demasiadas nubes como para ver las
estrellas.
Y va, mejor me callo, que se avecina
tormenta.
Hay veces que cuando intentas mirar al cielo, justo empieza a llover. En esos momentos te pones a maldecir a toda una familia que a saber qué culpa tiene, pero es que es difícil conformarse cuando has visto algo mejor.
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