lunes, 26 de noviembre de 2012

Felicidad comprada.

Puede sonar absurdo e irracional, la prueba contundente para encerrarme en un manicomio; pero es cierto que puedo recitar las constelaciones por orden alfabético; Andrómeda, Aquila, Ara, Argo Navis, Auriga, Boötes... y así hasta llegar a la Osa Menor. Aunque eso sí, es difícil reconocer alguna en esta mierda de ciudad con luces y ruido. Por eso me siento bien subiendo a la azotea. Por eso me sienta tan bien. Por eso he aprendido, aunque no aplicado, que ni un trozo de tela, ni los tacones más caros del mundo pueden darme la felicidad que necesito, porque son éstos, hipócritas, mirándote desde el escaparate y seduciéndote hasta que están dentro de una bolsa de plástico colgando de tu mano, los que ni siquiera pueden darte un puto abrazo cuando lo necesitas. Felicidad momentánea, lo llaman. Felicidad que se desvanece cuando te acuestas sola por las noches y te levantas igual. Cuando te das cuenta de lo absurdos que son esos tacones si nadie puede decirte lo increíbles que te quedan, y ¿por qué no?, felicidad que se desvanece cuando no puedes recitarle a nadie las constelaciones de memoria ni puede admirar tan "increíble capacidad". Y así nos va, es ésta nuestra realidad, compramos la felicidad… siempre instantánea y difusa. Aunque, francamente, puede que sea ella la que nos compre a nosotros.

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