martes, 17 de mayo de 2016

Madrid y un cuaderno.

Está lloviendo. Está lloviendo como la última vez que me fui. Sí, estaba lloviendo la última vez y no llevábamos paraguas, ni capuchas, pisábamos charcos, nos mojaban los coches y nos refugiamos en la tienda de souvenirs del Museo Reina Sofía. Recuerdo que me regalaste una postal de Allan Poe. Y ahora llueve y no estamos. Y podría llover vino y no agua, y que las ratas salieran borrachas de las alcantarillas cantándome que sonría, por favor, como en esa película que me encanta. Está lloviendo y no sé dónde voy, porque yo a Madrid fui a perderme (que no a buscarte, gilipollas).
 
Consigo llegar a una cafetería. La mesa en la que estoy sentada da a una gran ventana desde la que puedo ver la Calle Alcalá y el Retiro de fondo. La camarera me trae un café, la veo venir desde lo lejos. "No, por favor, no" voy pensando mientras la veo acercarse a toda velocidad. "Lo va a tirar, lo va a tirar. No, por favor". Finalmente, y como preveía, el café se ha desbordado y ha inundado el plato. Odio-cuando-pasa-esto.

-Aquí tienes tu café- me dice sin mirarme. Y casi que mejor porque yo la miro con la cara con la que un asesino en serie miraría a su próxima víctima. Son of a bitch.

No pasa nada, no pasa nada. Relájate. Que tu has venido aquí a buscar inspiración. Pásate a la vida contemplativa. Buscar inspiración nunca tiene buen fin, porque "la inspiración existe pero tiene que encontrarte trabajando" como dice una frase de Picasso. Vamos, que es como el cartero pesado que llama a la puerta justo cuando te estás duchando para que firmes la entrega de un paquete. Pero estamos en Madrid, aquí la gente va a los bares a escribir, que lo he visto yo.

Llevo un cuaderno negro que me regalaron este verano. La verdad es que me hizo mucha ilusión que me lo regalase, en esa época llevaba mucho sin escribir, a veces pensaba que ya nunca iba a retomarlo, pero eso no se lo decía a nadie. Empecé a escribir, sentía necesidad de llenar el cuaderno negro solo porque él me lo había regalado. Pero la verdad es que, no sé si por mi falsa felicidad o porque era un chupóptero de inspiración, sólo escribí unas cuantas páginas y lo volví a guardar en el primer cajón. Ahí estuvo hasta que me dejó, y lo cierto es que ahora lo uso para todo. Me lo imagino algún día, dentro de muchos años, fumando en pipa y leyendo su desastre con admiración. 

Creo que el desamor es peor que una enfermedad, lo peor de todo es despertarse. Te despiertas y sientes un cuchillazo en el corazón. Así, tal cual, sin eufemismos. Es doloroso como el nacimiento de Frankenstein. Las mañanas son imposibles, las tardes duras, las noches fáciles (si hay cerveza de por medio). Y si al desamor le sumas la desilusión, lo tienes todo, papi. La desilusión es como una fiesta de disfraces en la que nadie te avisa que tienes que disfrazarte, como siempre pasa en las pelis americanas. A veces no es oro todo lo que reluce, a veces no es ni bronce. Pero esa es otra historia, que da para muchas historias. Y yo no he venido aquí a hablar del Huracán, ni a buscarlo. Estamos en Madrid.

No deja de llover y yo sin mojarme. No deja de llover en Madrid para ti también, aunque no estemos, aunque no estés. No ha parado desde que nos desconocimos. Llueve ahí fuera y nadie se preocupa de que, da igual lo que haga, cada segundo que pasa vivo es un paso que le acerca a morir.
 
Y ahí estoy, absorta, pensando en la historia del puto cuaderno, en la lluvia, en la vida, en Madrid, en ti. Y entonces PASA. Y yo simplemente no puedo creer lo que acaba de pasar y supongo que se me queda cara de gilipollas.
 
Y quizá no es Holden, quizá no. Pero es mi Holden de zapatos impecables.
 
Esto no puedo contároslo, pero sí que horas después estoy deambulando por Madrid, con sonrisa de oreja a oreja, la adrenalina saliéndome por todas partes y haciendo compras compulsivas para intentar dejar de pensar en lo-que-acaba-de-pasar. De vez en cuando se me escapa una carcajada, que es lo que me pasa cuando estoy muy nerviosa. Como cuando el profesor de la autoescuela me hace salir a la autovía y a 90 km/h (que a mi me parece superar la barrera del sonido), lo único que se me ocurre hacer es reírme como una loca. Menos mal que ya casi somos amigos, tenemos un acuerdo no escrito por el que él no me pone Alejandro Sanz en el coche, ni me lleva a tu pueblo, y yo... yo a cambio intento no reírme.
 
¿Sabes? No ha parado de llover desde que me fui, y ahora que me he ido sigue lloviendo.
 
 
 
 

1 comentario:

  1. Y yo no he venido aquí a hablar del Huracán, ni a buscarlo. Estamos en Madrid.

    Me ha encantado, tendrías que haber visto mi cara con sonrisa de niña pequeña a la que le están contando una historia preciosa.

    ResponderEliminar