martes, 24 de mayo de 2016

Reflejos

Me gustan los espejos antiguos porque cuentan historias.
 
Se han reflejado en ellos tantas cosas... en ellos simplemente el reflejo te hace protagonista de la película que tú quieras montarte. El drama del rímel corrido después de llorar, o por el sexo matutino tras una noche eterna. Los mira qué guapos estamos y cuánto nos queremos. Vaya mierda absurda.
 
O la vela que se apaga de repente, lo que se escribe por el vaho tras una ducha caliente, las salpicaduras del agua necesaria en la cara por la ola de calor, el carmín con forma de mis labios en estampa, hablarle de ti como si fuera la viuda de un héroe de guerra.
 
El pacto con el diablo a la hora maldita, las llamadas sin respuesta a las tres... a las cuatro... a las cinco. Tú en ropa interior. Tú sin ropa. Tú. Contemplar tu imperfección perfecta, sentir tus latidos a través del reflejo, como la onda transversal que crea el arrojar una piedra a un estanque.
 
Sentirte tras el reflejo, en mis venas.
Mirarte con fuerza.
Hacerme daño en los ojos.
Romper el espejo.
Romperme.
Romperte.
 
Me gustan los espejos nuevos porque no cuentan historias.
 
 
De la imaginación y sus límites perversos.

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