sábado, 4 de junio de 2016

Ducados

Mi abuelo olía a Ducados, a Ducados y a esa colonia de señor mayor que todos los señores mayores usan, y tenía gesto serio, un bigote muy especial y el pelo negro azabache sin una sola cana. Cuando era pequeña íbamos todos los domingos a comer a la casa de la huerta en su Ford Fiesta blanco, siempre fumabas conduciendo y la abuela, que entonces tenía el pelo larguísimo como una hippie de los setenta se quejaba de que nunca ponías el intermitente. Lo recuerdo como si fuera ayer, los domingos eran un ritual, nuestro ritual. De camino parabas a tomar café y siempre me dabas las vueltas y me decías que no se lo dijese a nadie, pero estaba tan contenta que siempre se me escapaba. Y me hablabas de naturaleza, de tus travesuras de pequeño que a mi me parecían locuras, de la mili y de fútbol, aunque yo no entendiera nada. Sigue sin gustarme el fútbol pero los veranos en aquel sofá con los mosquitos picándonos y el fútbol de fondo... eso no lo cambiaría por nada del mundo.

-Pero a ver, ¿tú de qué equipo eres?
-Abuelo, yo soy del que gane, ¿vale?

Siempre eras el primero en felicitarme el día de mi cumpleaños, el primero que se acordaba, porque noviembre era nuestro mes, es nuestro mes. Todavía no concibo que no seas tú el que me abre la puerta cuando llego a casa, todavía espero que vuelvas, como si siguiera siendo una niña pequeña que quiere seguir escuchando tus historias.

Esta noche he soñado contigo, como tantas otras noches. Cuando más lo necesito siempre sueño que me abrazas y es tan real que puedo sentir tu calor, como en nuestro último abrazo. He encendido la luz, no eras tú. Pero eso no importa, abuelo, porque no importa que no pueda verte si puedo sentirte, porque nunca voy a olvidarme de todo esto, porque siempre vas a estar conmigo, sé que estás ahí, cuando fallo y cuando lo consigo.

Tu quiricona. 
Tu saltarina.
Tu mariquilla.

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