viernes, 28 de junio de 2013

Azoteas.

Veo la gente feliz, moviéndose de un lado a otro, riendo, ilusos, como si conocieran de tu existencia. No voy a mentiros. No querría otra vida. No la querría si no hubiera visto en ti la luz y la oscuridad al mismo tiempo. Puede que mi vida no tuviera sentido, o puede que aún estuviera buscándoselo, al igual que se lo busco a la función de mis pulmones si ya no te respiran. Pero ¿sabes qué?, a veces subo a la azotea, no se lo digas a nadie… allí respiro el aire contaminado de esta puta ciudad que lleva tu nombre y es como si me llenase de ti, como si me llenase de ti hasta desbordarme. Y luego me pinto los labios y me convierto en super heroína, como antes, y confío en mi poder para mover el mundo sólo en un abrir y cerrar de ojos, pero cuando los abro todo sigue igual y las calles siguen llevando tu nombre.

Te busco entre esa puta gente, que sigo sin saber por qué coño es tan feliz, pero no te veo, o no te reconozco, y no lo entiendo porque recuerdo tu voz a la perfección, tu altura, tus labios, tu piel, y entonces creo que la ciudad te ha tragado, o que has huído demasiado rápido, sin esperarme, en aquel viejo tren casi vacío que chirría como nuestras vidas. Pienso en todos los billetes de tren que nunca me han llevado a ningún sitio y los miro y sólo veo borrones en las letras provocados por mis lágrimas y me pregunto algo que nunca pensé que se cruzaría por mi mente: ¿ha merecido ésto la pena?
Siento algo en el pecho, en el lado izquierdo, me estrangula, lucha por sobrevivir, y duele, y grita.

Te sorprende, ¿no? Pues espera, que queda más.

Yo estaba abrazándote, olías a cerveza, llevabas aquella camisa de cuadros y de repente desapareciste, te fuiste con otra que te flipaba el triple y entonces todo oscuridad y un humo demasiado negro, el sentimiento de un huracán en mi pecho, haciendo mucho ruido y destrozando hasta la última imagen que yo no me había atrevido a quemar.

Pero lo sé. Pasarán sólo unos meses, nos cruzaremos por esta ciudad que nos consume, me reconocerás por el color de mis labios o por el olor de mi perfume, será solo un segundo. Me mirarás extrañado, bajarás la cabeza y mirarás a otro lado como siempre, como un jodido cobarde que nunca se enfrenta a la realidad de estas calles y subirás el volumen de tu música, que es la única que te entiende. Llegarás a casa, y puede que te mires al espejo y te preguntes quién eres y qué coño hiciste…

y nuestras vidas seguirán chirriando como ese viejo tren de los asientos follados y refollados.

Allí en las alturas me fijo en la gente, la que parece feliz, y creo que no lo es tanto, que también tienen un huracán dentro y la mente en otro planeta, pero creen ser fuertes con esa sonrisa a medias y con carcajadas a base de cervezas que no valen nada,

se mueven por la ciudad, pero… ellos tampoco saben a dónde van.

Joder, estamos mal de la azotea.

2 comentarios:

  1. Creo que todos tenemos un huracán en el pecho, pero a algunos se nos acerca demasiado al corazón y nos lo hace trizas. Y así estamos.

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