lunes, 24 de junio de 2013

El duende.

He dejado de escribir. Como tu corazón, que también ha dejado de sentir. Al mío siguen clavándosele cristales a lo más hondo, porque yo nunca pensé que dejaría de ser tu nínfula, joder. Y ahora mentirse, cada vez se hace más difícil, que Septiembre suena a bonito, pero las nínfulas no están atadas al tiempo, y vuelan, y fluyen como las sonrisas de agosto. Y no esperan. Pero mira cómo el duende que se esconde en esos ojos verdes me hipnotiza. Duele. En lo más hondo, duele.

Y si ni las tazas cargadas de té, ni los libros de mil páginas curan ¿qué?. He dejado de escribir, pero te escribo con los ojos. En cada parte de tu cuerpo, escribo. Escribo en cada sorbo de té, escribo en cada lágrima, en cada hacerme-más-fuerte. Escribo en esos labios que parecen y no son tuyos. Escribo, pero he dejado de escribir. Escribo, pero no ha dejado de doler. En noches mágicas, escribo. Y así, escribo en bucle.

24 de junio, 1.43A.M. y yo con estas pintas de descosida.

3 comentarios:

  1. Las mentiras acaban doliendo más que el hecho de irse...
    Un abrazo :)

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  2. Uy, las nínfulas. Qué turbio. Muy ruso. Muy Nabokov, muy Lolita.

    Un abrazo.
    P.

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  3. Escribir para tocar la cicatriz con dedos de pincel.

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